Pamplona, o Iruña, para quien lo prefiera. Cuando uno escucha este nombre, lo primero que le viene a la cabeza por regla general es San Fermín y la fiesta que esto conlleva. Sin embargo, la del día a día dista mucho de esa bulliciosa, caótica, e incluso, sucia Iruña que la televisión y otros medios de comunicación muestran.
Iruña es una ciudad pintada de gris. Del gris de los adoquines que encierran el casco antiguo y las grandes losas de
Pero, Iruña es más. Tiene algo que le otorga una magia que realmente muy pocas ciudades tienen. Las hay que tienen encanto, sí, pero no magia como la antigua Iruña. Y es que, es realmente difícil explicar lo que uno siente cuando pasea por las estrechas calles de está ciudad desde las que se ven las diferentes torres de las iglesias. Uno se ve transportado a otra época. A una en la que la ciudad se dividía en tres burgos y existía rivalidad entre ellos.
No obstante, aquel que venga a visitarla no tiene que sentirse predispuesto a pensar que por ello se trate de una ciudad en la que la calidad de vida sea inferior a la de grandes ciudades como Barcelona, Madrid o Bilbao. Todo lo contrario. Ha sabido conservar aquello que dota a Iruña de un sabor añejo sin tener que prescindir de ninguna infraestructura moderna, como ocurre con la nueva Estación de Autobuses o la futura ampliación del Aeropuerto de Noain. Además, se ve enriquecida por los múltiples barrios que se han ido formando alrededor de la parte vieja, y más alta, de la ciudad. Son estos, los que en mayor medida aportan a Iruña ese aire de modernidad y actualidad basado en diferentes urbanizaciones.